Ayer me quedé a las puertas de Berlín y con un considerable retraso sobre mi peor horario previsto. La cosa no hubiera estado tan negra, de no haberme encontrado también con un cartelito de desvío por obras en la ruta que tenía planeada seguir (y que además es la única que conozco hacia la Embajada).
Así que de repente me encontré, sin comerlo ni beberlo, perdida en mitad de una ciudad que conozco sólo de los tres meses de Erasmus que pasé allí y que es inmensa en extensión. Los dos niños, todavía revolucionados por las cuatro horas casi sin pausa metidos en el coche, preguntaban en estéreo que dónde estaba la Embajada (bueno, preguntar, preguntaba la Princesa de la casa... el Principe como todavía no sabe hablar coreaba algo parecido a "mamm,mammm,mamm" a grito pelado). Yo trataba de encontrar algún punto de referencia que me llevase hasta el zoo (no, no me he confundido, nuestra Embajada está situada al ladito mismo de la jaula de los monos... y me ahorro el chiste fácil) a la vez que procuraba no perder la calma al ver como pasaban los minutos en el reloj. Por fin, cuando divisé las vallas del Parque Zoológico, abandoné literalmente el coche debajo de un puente (porque parecía una plaza legítima de aparcamiento, ante la ausencia de cepo y de multa al regresar, creo que lo era), saqué a los dos peques a la carrera y me puse a rodear la valla a toda prisa con ellos (he de decir que se portaron como campeones, especialmente la Princesa porque el Principe al fin y al cabo todavía va en brazos). A la una menos cinco llegamos a la Delegación Consular y unos minutos después, cerraron las puertas detrás de nosotros. ¡Yuhuuuuuu!
Pero nos quedaba la parte más difícil, enfrentarnos al terrible sistema. Primera en la frente, había una familia con cuatro hijos ya mayorcitos para renovar los pasaportes, otra chica legalizando a toda su familia y un estudiante que quería hacerse residente. Todo para dos funcionarios atendiendo, a los cuáles sólo les funcionaba un ordenador. Por mi parte que no quedara, siguiendo con mi nueva filosofía de vida, me ofrecí a ir rellenando los papeles para agilizar el tema... Segundo problema del día, a la Princesa no le podía renovar el pasaporte porque necesitábamos la firma de su padre (según el sistema, porque podríamos estar separados y ser un intento mío para llevármela, pero creo que en ese caso el padre no me habría dejado sola con la niña, su pasaporte en vigor, su D.N.I. y el resto de sus papeles). A mí me pusieron pegas a las fotos de diecisiete euros porque el fondo "no era suficientemente blanco" (todavía está por ver si no paso las Navidades aquí en casita sola porque me rechazan el documento).
Mientras tanto, los niños se estaban dedicando a robarle el corazón a media embajada. Primero se ocuparon de hacerles carantoñas a las chicas de la otra familia, mientras el estudiante me comentaba, así por lo bajinis, que era la tercera vez que iba a sacarse lo de la residencia y cada vez le pedían un papel nuevo para lograrlo. La famlia de los cuatro niños de despidió y tuve que ir a frenar al Principe, que se iba con ellos. A todo ésto, el Principe se vuelve a caer de narices contra el suelo y empieza a sangrar de nuevo. Allí no había ni un baño público (pienso sugerirles que pongan uno, me parece que da una imagen de España lamentable que no haya lavabo en la embajada, mas que si el funcionario se compadece de tí en un momento de necesidad). Yo intentando calcular cuanto más me aguantaba la Princesa sin ir, porque llevábamos más de una hora dentro. Al estudiante le volvieron a rechazar la solicitud y se fue el pobre con una cara de mosqueo impresionante. Todos con un hambre que no podíamos más. Dieron las dos de la tarde antes de que nos tocara el turno...
A las dos y media, cuando salíamos por la puerta, le digo a mi Princesa que se merecen los dos una gran recompensa por lo bien que se han portado y me contesta decidida que quiere un gran beso. La peor parte del día quedaba atrás: nuestra parada en un café de ambiente en el que causamos sensación, el perdernos otra vez para salir de la capital y la parada en la casa de muebles sueca para jugar y comer "pelotas" fueron verdaderamente vacacionales... Y encima tengo que agradecer la huelga del tren porque hubo una toma de rehenes en la estación de Berlín y con la suerte que estoy teniendo últimamente seguro que si voy en tren me toca presenciarlo demasiado en directo.
Ahora que he sacado dos cosas bien claras de este viaje:
- Nunca mais sin mi GPS.
- Merece la pena perder cinco minutos en preparar una intendencia como si te fueras a la guerra cuando sales con niños... nunca sabes con lo que te puedes encontrar cuando te pones en camino.
Crisis/Crisis
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Este blog está sufriendo en estos momentos una crisis. Me he dado cuenta de
que no tengo tiempo para un proyecto tan ambicioso como el que quería, pero
p...
Hace 16 años
2 comentarios:
¡Perdida! Y eso que la embajada tiene bandera.
Sin darme cuenta me he censurado a mí misma... cosas de ser nueva.
Creemé, Jesús, al lado de las banderas alemanas, la de nuestra Embajada es que casi no se ve. Y francamente, si me dejas elegir, con los 3000 euros que habiliten un baño.
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