Hoy aproveché el día de fiesta que teníamos en Sajonia (que mi cariñito, que curra en otro Estado Federal, no tienen) para ir a la capital. Tenía como propósito renovar el pasaporte para mí y para la Princesa de la casa... Nos hemos levantado a las seis y media para poder ir con calma.
La primera en la frente es que los amigos que iban a venir con nosotros se han rajado y eso significaba tener que ir en coche solita con los dos Supernenes (el tren quedaba descartado por la huelga que hay en el Deutsche Bahn). Si alguno se ha enfrentado alguna vez a un viaje de 200 km con dos menores de cinco años y sin refuerzos espirituales, creo que comprenderá la ilusión que me hacía el tema. A los chiquillos les tenía sobornados con la promesa de comer en cierta casa de venta de muebles sueca, cuyas albóndigas (conocidas familiarmente como "pelotas") les gustan más que las que prepara su mami con carne picada de verdad (¡ingratos!).
Pero de las ejecutivas multimadres del otro día aprendí que uno no tiene que quejarse sino actuar. Así que he sentado a los dos delante de un tazón de cereales y he aprovechado para bajar a la carrera las basuras (lo de a la carrera es literal, si tardo más de cinco minutos en volver les entran siempre tentaciones de lanzarse la comida el uno al otro... si les dejo sin comida, casi es peor, porque deciden lanzarse el uno contra el otro, también de forma literal) y poner el lavavajillas. Entre vestirles, peinarles, preparar un tentempie, una bolsa de juguetes para el coche y ponerles las doce capas de abrigos reglamentarias, hemos llegado a las siete y media sin salir. Bueno, hasta ahí todo en orden, que para eso hemos madrugado...
A la Princesa de la casa se le ha antojado que teniamos que llevarnos a su muñeca bebé, con carrito y todo. Vale. Al Principe, salir corriendo del ascensor mientras yo intentaba saltar por encima del carrito de los niños y del de la muñeca y caerse de narices en las escaleras del garaje. Bueno. La nariz ha empezado a sangrarle que te pasas (en fin, la sangre es así de escandalosa). Yo en la puerta de peatones del garaje tratando de controlar a los dos niños, los dos carritos y taponar a la vez la nariz del peque para que dejara de sangrar.
Cuando por fin he conseguido montar los dos niños con todo el equipo en el coche, eran las nueve menos cuarto. A Berlín hay más o menos dos horas de camino y la Embajada cierra a la una. En principio me sobraba tiempo para todas las paradas a hacer pis, beber agua o lo que fuese que hubiera que hacer. Pero no estaba preparada para encontrarme con la autovía completamente colapsada por un doble accidente de tráfico a ochenta kilómetros de mi destino... Creo que ha sido más de hora y media allí, parados entre una fila de coches cada vez más impresionante (eso sí, colocados en perfecta fila india arrimados al arcén para dejar pasar a los vehículos de socorro... todo un shock cultural) pero no puedo estar segura, porque cuando se me han acabado las canciones infantiles, los trozos de manzana y a los chiquillos la paciencia, he dejado de mirar al reloj.
Por fin hemos alcanzado la meta (veasé foto abajo) a eso de las doce y algo. Pero dado que mañana ya no es fiesta, que creo que voy a colapsar encima del teclado y que todavía tengo calambres en la pierna del acelerador, me reservo la historia de la Embajada y las "pelotas" para mañana ;)
La imagen es cortesía de Wikipedia:
Crisis/Crisis
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Este blog está sufriendo en estos momentos una crisis. Me he dado cuenta de
que no tengo tiempo para un proyecto tan ambicioso como el que quería, pero
p...
Hace 16 años
1 comentario:
EStoy deseando leer como termina la historia... y desde luego no te envidio en un atasco y con los niños... ufff
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