Para que Cuti se ría, la pata de cordero no la enseño, pero esto sí.Este mes ha pasado de largo el día ese del año en que me toca subir un número más a mi contador geyger particular. No caen tantos, aún me queda tiempo para llegar a cuarentona, pero lo cierto es que este año no quería hacer una gran celebración, sino permitirme algo mucho más tranquilo y relajado.
Para hacer honor a la verdad, el día anterior al día de autos estaba con tantas ganas de fiesta que no me atreví a llamar a las personas a las que se suponía que iba a invitar a tomar café con tarta (sí, mamá, no se puede creer uno lo alemana que me he vuelto) hasta la misma mañana del sábado en que lo celebré.

Me pasé la mañana en la cocina: cociné galletas y la comida para la semana... había decidido preparar para el café una
tarta de flan de profiteroles y la
tarta de Guinnes con chocolate que me recomendaron mis amigas virtuales de siempre (una manera como otra cualquiera de sentiros presentes en la fiesta, aunque físicamente estéis tan lejos). Las dos recetas cumplen la regla de las tres B: Buenas, Bonitas y Bombas calóricas (que es lo que se le pide a una tarta de día de fiesta, caray, no vamos a ponernos a regatear en el precio).
La de Guinnes era la primera vez que la intentaba y como use la primera cerveza negra que encontré en el supermercado, pues como que no tenía claro del todo el resultado, así que muy ladina yo, preparé un molde grande con la idea de llevarlo a la oficina para los colegas el lunes siguiente y un molde pequeño, para probar aquella misma tarde con la gente de confianza si convenía llevarlo a la oficina. Pero con la tarta de profiteroles tenía una espinita clavada... porque la había preparado el día de
la entrada en la escuela de la Superniña y a pesar de que es fácil de narices no me había terminado de salir del todo. No cuajó bien.
El sábado por la tarde llegan los primeros invitados. Sacamos unas cervezas y vino en lo que esperamos que llege todo el mundo, nos lo estamos pasando bien. Llega la hora del café. Me voy a la cocina a montar las tartas... Saco con cuidado la pared del molde de la de profiteroles... un aspecto estupendo. Me pongo tan contenta que sin hacerle foto ni nada, en la misma base del molde, la llevo hasta la puerta de la cocina para enseñarsela a mi vecina...
Y cuando la voy a llevar a la mesa de la cocina para colocarla en la fuente, ocurre el desastre:

Sé que la imagen vale más que mil palabras... además de que no fueron mil, sino algo parecido a "la madre que me parió". Menos mal que me dió por respirar hondo y pensar que al menos
a/ acababamos de fregar el suelo de la cocina
b/ era sábado y en caso de apuro estaban abiertas las panaderías
Al momento llegó SM al rescate, seguido por mi vecina que no perdió la calma y nos dijo que ella conocía un truco para recuperar al menos parte del desastre (lo documento a continuación, por si alguna vez os pasa, básicamente se pone una hoja de papel encerado por debajo de los restos de la tarta y se voltea de nuevo en el plato):


No sé a cuál de todos mis amigos fue al que se le ocurrió la brillante idea de hacer las fotos pero en cuanto las ví me dije, esto va para el blog.
A pesar de ser físico y no creer en todos esos rollos, estoy firmemente convencida de que la tarta de profiteroles tiene una especie de gafe conmigo (lo cual es una pena, porque sabe de muerte). La parte positiva del asunto es que la tarta de cerveza negra parece estar libre de cualquier tipo de influencia negativa que embruje el molde de tartas de mi cocina y tiene una textura impresionante para el poco trabajo que da el prepararla.


Así que me doy por satisfecha y aprendí una de estas lecciones importantes de la vida: si la compañía es la adecuada, no importa demasiado los errores que cometas por el camino. Al final las cosas saldrán bien. Y comerás tarta.